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Historias de la Historia

LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA

Durante la Edad Media la península Ibérica constituía una zona de gran multiculturalidad, presentaba un clima de respeto y tolerancia hacia las gentes de distintas religiones, pero progresivamente, en los siglos XIV y XV, la situación se enrareció. De esta forma se creó la Inquisición Española (o Tribunal del Santo Oficio) en 1478 con aprobación papal de Sixto IV, a propuesta del rey Fernando II y la reina Isabel I (los Reyes Católicos). Se abolió definitivamente en 1834 durante el reinado de Isabel II, por las Cortes de Cádiz.
Los objetivos de la Inquisición eran los siguientes:
• El establecimiento de la unidad religiosa.
• Debilitar la oposición política estatal.
• Acabar con la poderosa minoría juedoconversa.
• Financiación económica a través de confiscación de bienes, multas… de los acusados.
El funcionamiento de la Inquisición era sencillo. Lo primero que se hacía es promulgar el Edicto de Gracia. Éste se realizaba después del sermón de los inquisidores en la misa del domingo. Durante un período de treinta o cuarenta días toda aquella persona que había cometido alguna falta podía autoinculparse ante el tribunal, pagaba una limosna y era exculpada. Este procedimiento provocaba grandes ingresos para la Inquisición.
A partir del siglo XVI, se sustituyó el Edicto de Gracia por el Edicto de Fe. Con ello, toda persona debía denunciar, bajo pena de excomunión, a todos los supuestos herejes que conociese. A veces, la denuncia de herejía se utilizaba con algún enemigo o pariente con el que estuviese enemistado.
Los delitos por los que te podían castigar eran, entre otros los siguientes:
• Blasfemia: hacer afirmaciones injuriosas contra Dios, la Virgen y los Santos, así como contra las cosas sagradas en general (por ejemplo una muchacha fue acusada ante el tribunal por sonreír cuando se nombraba a la Virgen).
• Bigamia: contraer un segundo matrimonio sin estar disuelto legalmente el primero.
• Supersticiones: tener creencias extrañas a la fe religiosa (brujería, adivinación…). También se persiguió a los judíos y moriscos conversos (“cristianos nuevos”) y a los protestantes.
• Delitos propios de los religiosos: hacer públicas las confesiones de los fieles, falsa celebración de la eucaristía, contraer matrimonio…
• Delitos contra el Santo Oficio: impedir sus acciones, ofender al tribunal, verter falsos testimonios…Con ello se pretendía proteger a los miembros del tribunal que, a veces, eran repudiados por la población (por ejemplo, el asesinato de un inquisidor en Valencia, Pedro de Arbués que, luego se santificó).
El tribunal, una vez detenido al acusado, buscaba pruebas de culpabilidad. La prueba máxima era la confesión del mismo. Si ésta no se obtenía, el acusado era considerado un diminuto, es decir, un acusado que no dice toda la verdad.
A las personas que no confesaban (en muchos casos no lo hacían porque eran inocentes) se les torturaba. Los principales métodos de tortura eran:
* La garrucha: se sujetaba a la víctima con los brazos detrás de la espalda, se le alzaba desde el suelo con una soga atada a las muñecas, mientras que de los pies pendían unas pesas. En esta posición estaba durante un tiempo y después se le dejaba caer bruscamente, con el consiguiente peligro de descoyuntamiento de las extremidades.
* La toca o tortura del agua: se subía al reo en una especie de escalera para luego doblarse sobre sí mismo y quedar la cabeza más baja que los pies. Situado así se le inmovilizaba la cabeza para introducirle una venda de lino en la boca a la que fluía agua de una jarra. Así, la víctima sufría la sensación de ahogo.
* El potro: era un instrumento en el que se ataba a la víctima con una cuerda alrededor de su cuerpo y sus extremidades. El verdugo daba vueltas a un mecanismo que ceñía la cuerda a su cuerpo y, hasta que no dijese la “verdad”, no se dejaría de dar vueltas y la cuerda se seguiría ciñendo cada vez más.
En estas torturas estaba presente el médico que señalaba cuándo se debía parar para no matar al reo.
A la tortura seguía el juicio (uno de los inquisidores más destacados fue el confesor de Isabel I, Tomás de Torquemada), en el que, tras la acusación, la defensa (el abogado defensor aconsejaba al acusado que se declarase culpable y arrepentido) y constituirse la consulta de fe, el proceso concluía con la sentencia. Ésta podía ser con méritos o sin méritos (con arrepentimiento o sin él), absolutorias o condenatorias.
Las penas o condenas más comunes (dependiendo del delito cometido) eran las siguientes:
• El sanbenito: era un hábito penitencial (amarillo con la cruz de San Andrés) que debía llevar el acusado durante un tiempo o para toda la vida, para que todos lo reconociesen como un reo de la Inquisición.
• El castigo de azotes en público: los penitenciados (hombres y mujeres), montados en asnos y desnudos hasta la cintura, recibían azotes (100 ó 200, comúnmente) por parte de los verdugos.
• La pena de cárcel: el tiempo dependía del delito cometido (semanas, meses, años o toda la vida).
• El destierro: se prohibía al acusado su presencia física en determinados lugares durante un tiempo (10 años normalmente) o para toda la vida.
• Las multas o “limosnas”: eran graduadas según el delito y la fortuna del reo.
• Castigo a galeras: establecido por los reyes ante la escasez de mano de obra para tales labores. La duración de la pena dependía del delito cometido (a las mujeres el castigo equiparable sería trabajar en hospitales).
• La pena de muerte (relajado al brazo secular): era la máxima condena para los herejes no arrepentidos o los reincidentes en materia grave. El reo era entregado a los tribunales civiles para su ejecución. Si se arrepentía se le ahorcaba o se le degollaba, sino se arrepentía, era quemado vivo. Al reo también se le podía quemar en efigie (en forma de un muñeco con sus rasgos). Si el reo había muerto ya, se desenterraban sus restos y se quemaban (eso pasó con los padres del humanista valenciano Juan Luís Vives).
Se estima que el total de procesados por la Inquisición a lo largo de su historia fue de unos 150.000. Se produjeron aproximadamente 49.092 juicios con un total de 2.000 víctimas quemadas en la hoguera y entre 3.000 y 5.000 ejecutados.
Las consecuencias de la Inquisición fueron dispares. Para el Estado fueron principalmente económicas, ya que, la mayoría de la gente condenada decidía pagar para ser absuelto del supuesto delito cometido, con lo cual, se incrementaron los ingresos notablemente. Para la población las consecuencias fueron muy distintas. La gente vivía en una atmósfera de miedo, puesto que podía ser acusada por cualquier cosa, fuese verdad o no.
En este sentido, hemos de resaltar los siguientes procesos:
• El supuesto sacrificio de un niño de La Guardia por parte de un judío (alimenta los sentimientos xenófobos de la población).
• El humanista Antonio de Nebrija (autor de la primera gramática castellana) fue acusado ante la Inquisición y luego absuelto.
• Fray Luis de León, por su traducción del “Cantar de los cantares”, fue procesado y puesto en prisión. Absuelto al cabo de cinco años, acuñó al volver a su cátedra la frase: “decíamos ayer…”.
• Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz también sufrieron procesos.
Por su parte, los judíos y musulmanes fueron perseguidos y, los que no quisieron bautizarse, expulsados de España (judíos sefardíes), perdiendo todos sus bienes que fueron a parar a las arcas del Estado.

Si te interesa el tema que hemos tratado y quieres ampliar información hay muchísimas páginas en Internet interesantes, entre otras:
• www.almendron.com/historia/moderna/inquisicion.pdf
• www.geocities.com/CapitolHill/Lobby/2679/inquisic.htm
• www.congreso.gob.pe/museo/inquisicion/delitos-juzgados1.pdf
Si lo que quieres es leer alguna novela ambientada en esta época, te recomendamos, entre otras:
• ”El pozo y el péndulo” de Edgar Allan Poe.
• “ Los hermanos Karamazov” de Dostoievski.
• “En el último azul” de Carme Riera.
• “El hereje” de Miguel Delibes.

En la elaboración de este artículo han participado los alumnos y alumnas de 4º E.S.O. A y B y, especialmente: Azucena Ledesma Gómez, Marina Fajardo Sánchez,
Ángela Prieto Mayoral, Ainoa Barneto Martín, María Sánchez Castillo,
Carmen Ruiz García, Tania Del Palacio Castillo, Ángel Luís Mansilla Jiménez,
Antonio Jesús Rodríguez Fuentes, Ismael Arroba Miranda,
Ignacio Sánchez de los Reyes, José Antonio Burgueño Zazo y Alba Pérez Pérez. 

INTRODUCCIÓN

 

Francisco Pizarro Gonzáles, Marqués de las Atabillas (Trujillo, 16 de marzo de 1476 –Lima 26 de junio de 1541) fue un explorador y conquistador extremeño, conocido por haberse enfrentado al Imperio Inca, logrando la conquista de dicho imperio cuyo centro de gobierno (Cuzco) estaba ubicado en el actual territorio peruano.

 

INFANCIA Y JUVENTUD

 

Pizarro nació en Trujillo en 1476, bastardo de la pequeña nobleza extremeña sirvió junto a su padre, Gonzalo Pizarro, en las guerras de Italia.

Su infancia fue muy pobre y difícil, por lo que al parecer abandonó Trujillo y se dirigió a Sevilla entre 1492- 1493.

A la edad de veinte años se alistó en los tercios españoles, los cuales mantuvieron una dura batalla contra los franceses en el reino de Nápoles, tras la que poco después regresó a Sevilla donde permanecería hasta su marcha a América.

 

ESTANCIA Y VIDA EN AMÉRICA

 

En 1502 llegó a América en la expedición se Nicolás de Ovando, el nuevo gobernador de La Española.

Hombre de fuerte carácter y poco dispuesto a la actividad sedentaria, participó en la expedición de Alonso de Ojeda, que le llevó por América Central y Colombia (1510), y asistió con Vasco Núñez de Balboa al descubrimiento del océano Pacífico tres años después.

Su interés por el territorio americano lo llevaron a explorarlo, para lo cuál se asoció en Panamá con Diego de Almagro y el clérigo Hernando de Luque en 1524. Asumiendo Pizarro toda la responsabilidad de la sociedad creada.

Tras varios viajes al territorio peruano y descubriendo en 1528 Perú, Pizarro regresó a España para entrevistarse con Carlos I, quien le firmó las capitulaciones de Toledo (26-7-1529).

En 1531 realizó su tercer viaje llegando a Túmbez, donde tuvo noticias de la guerra civil que escindía el imperio Inca. Siguió después a Tangarara donde fundó la primera población española llamada San Miguel de Piura. Continuó hasta Cajamarca a fin con encontrarse con el hijo del inca soberano del territorio de Quito, que estaba en guerra civil con su hermano, soberano del de Cuzco.

Ambos se aliaron y tras derrotarlo, Pizarro le traicionó tomándolo como prisionero. Como rescate a la liberta del inca emperador de Quito, Francisco pidió que se llenase de oro la habitación donde se encontraba encerrado Atahualpa. Los indígenas cumplieron lo pactado, pero no contentos con ésto, Pizarro hizo que lo ahorcaran.

El 18 de enero de 1535 fundó en la costa la Ciudad de los Reyes, conocida como Lima. Mientras su hermano Hernando partía hacia España donde consiguió el titulado de marqués para su hermano, así como la ampliación de sus territorios de 200 a 270 leguas y para Almagro la extensión en menor medida de su gobierno, quedando Cuzco como objeto de disputa entre el extremeño y Almagro pues, cada uno consideraba que la rica ciudad estaba dentro de sus correspondientes jurisdicciones. Mientras tanto, un grupo de incas se sublevaron cercando los territorios gobernados por los españoles.

Después de diversas treguas y enfrentamientos que produjeron un clima de inestabilidad en el continente americano, Pizarro se dedicó a consolidar la colonia y a fomentar las actividades colonizadoras tras la muerte de Almagro. Sin embargo, los partidarios de este último se agruparon con su hijo Almagro el Mozo, los cuales bajo el mando de Juan de Rada entran en la residencia de Francisco, en Lima, y lo asesinan el 26 de julio de 1541, proclamando allí mismo nuevo gobernador a Almagro el Mozo.

 

                                                                       Ainoa Barneto Martín,  4º ESO A.

Ángela Prieto Mayoral, 4º ESO A.

 

 

LA CURIOSA HISTORIA DE UNA RECETA DE COCINA

 

Ilustración del Café Anglais, en París.

 

 

¿Alguna vez os habéis preguntado de dónde proceden algunas recetas de cocina que hoy nos sirven en la mesa? O por ejemplo: ¿qué comían Napoleón o los zares rusos? ¿huevos fritos con chorizo? O quizá podamos preguntarnos lo siguiente: ¿las recetas de la cocina española eran en el pasado apreciadas internacionalmente como lo son hoy en día?  En este número de “Siberia Express” os desvelaremos algunos de estos misterios…

 

Con los motores a punto de vuestra máquina del tiempo –vuestra imaginación-, viajad al siglo XIX de nuestro país vecino: Francia, ya sabéis, ahí mismo, un poco más al norte de los Pirineos. Ahora aterrizad en el año 1867. Justo en ese año, se estaba celebrando en la capital, París, en los Campos de Marte donde más tarde se alzaría la Torre Eiffel, una EXPO (sí, una Exposición Universal como la que se celebró en Sevilla en el año 92, o como la que va a celebrarse dentro de unos meses en Zaragoza). Como era un evento muy importante, porque en ella se iban a dar a conocer algunos de los inventos tecnológicos más importantes de aquella época, se reunieron allí mandatarios de todos los países del mundo. Entre ellos, un zar, un rey y un primer ministro: el zar ruso Alejandro II, el rey de Prusia (así se llamaba Alemania en aquella época) Guillermo I y su primer ministro, un tal Bismarck.

 

Claro, que a la EXPO fue muchísima más gente, en total diez millones de personas, que para aquel tiempo era muchísima población (sobre todo franceses, claro, pues los viajes largos eran muy caros). Si hacéis como que visitáis la EXPO con vuestra imaginación –o con internet, escribiendo en google “Exposición Universal de 1867-, encontraréis en ella inventos de última generación para aquella época como eran nuevos aparatos eléctricos, fotográficos (la fotografía, que aún no era digital, se acababa de inventar), hidráulicos, etc. Para las personas de aquella época, conocer todos aquellos inventos era como ver hoy una exposición de los últimos avances en robótica, informática o ingeniería genética.

 

Pero vayamos al grano. Aquellos políticos de los que hablamos, tenían que comer en algún sitio, y un día se reunieron para celebrar su encuentro en el “Café Anglais” (palabras francesas que en español quieren decir “Café Inglés”) –hay que aclarar que en realidad no se trataba de una cafetería, sino de un restaurante-, que era el mejor y más famoso del mundo. Heredó tal categoría cuando cerró el “Café Paris”, que había ostentado ese título hasta pocos años antes. Nuestro restaurante se encontraba en una de las calles principales de esa ciudad, que está llena de avenidas llamadas “boulevares”. En el céntrico “Boulevard de los Italianos” se ubicaba el famosísimo por su calidad “Café Anglais”. Si algún día os acercáis a París, comprobad si aún sigue allí, y, en ese caso, no dudéis en entrar, porque sus recetas eran (y seguramente seguirán siendo)… suculentas.

 

Los llamados “tres emperadores” se fueron una noche a cenar allí, donde probablemente coincidieran con algunos de los escritores franceses más reconocidos de aquellos tiempos, como Alejandro Dumas (autor de “Los tres mosqueteros”), Julio Verne (autor de “Viaje a la Luna” o “Viaje al centro de la Tierra”), que por lo visto, iban mucho por allí a cenar y a charlar sobre literatura. ¿Qué por qué iban allí en vez de a otro sitio? Pues veréis: El cheff (jefe de cocina) era todo un artista con sus recetas. Tanto, que le llamaban el “Mozart” de la cocina y “el rey de los cocineros y el cocinero de reyes”. Se llamaba Adolphe Dugléré, un cocinero muy pensativo y reconcentrado que inventaba sin parar recetas exquisitas. ¡Seguro que todos los que iban a comer a su restaurante decían eso de: “Bon apétit”!

 

Dugléré cocinó para ellos lo mejor que sabía hacer: unas recetas tan sabrosas que los franceses aún se rechupetean los dedos con ellas. Vamos, que han pasado a la Historia. Sus nombres son muy rimbombantes y exóticos (muy del gusto de aquella época y de los franceses), haciendo referencia a nombres de la realeza y de otros países, como “Potaje Emperatriz”, “Suflé de la reina”, “Cazoletas princesa”, “Filetes de lenguado a la veneciana”, “Pollo a la portuguesa”, “Bogavante a la parisina” y… ¿creéis que había algún plato español? ¡Pues sí! ¡”Berenjenas a la española”! ¿Que no sabéis cómo son? Pues ahí va la lujosa receta de entonces, que hoy en cambio, podemos cocinar nosotros mismos en nuestras casas o degustar también en el actual “Café d’Argent” (Café del Dinero) de París que heredó la receta de Dugléré, (aunque a juzgar por el nombre, mejor lo cocinamos en casa…).

 

INGREDIENTES DE “BERENJENAS A LA ESPAÑOLA”:

Cuatro berenjenas, un huevo, dos pimientos rojos, cuatro tomates grandes, harina, aceite, sal, pimienta, nuez moscada y canela.

INSTRUCCIONES DE ELABORACIÓN:

Cortar las berenjenas a lo largo en gruesas lonchas, sumergirlas en el huevo batido y untar ambas caras con pan rallado. Freírlas y escurrirlas. Colocar en una sartén los pimientos cortados muy finos y los tomates cortados a cuartos y cocinar hasta que se desprenda la piel de los tomates. Sacarlos y agregar un poco de agua y harina. Mezclar hasta formar una salsa espesa. Añadir un poco de nuez moscada y canela. Colocar las berenjenas en una fuente con un poco de mantequilla y cubrirlas con la salsa. Cocinar en horno moderado durante cuarenta minutos aproximadamente… Et voilà!

La reacción de los tres comensales fue histórica (quedaron bien nutridos y muy satisfechos) y la influencia de la cocina francesa y todo su ritual (servir el plato por la izquierda para que los comensales se sirvan, por ejemplo) se hizo notar extraordinariamente por ejemplo, en la cocina rusa.

Así que, ya sabéis, como hay que comer bien, a deleitarse con unas “berenjenas a la española”, que tienen minerales, vitaminas A (estupenda para ojos y huesos), B1, B2, B3 (buenísimas para el desarrollo del metabolismo), C, etc…  y Bon apétit!

 

                                                                Inés Sofía Hidalgo Marín,

Profesora de Ciencias Sociales

IES Siberia Extremeña  
 

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